Un nudo en la garganta, un cuento en el estomago que produce ardores, un desarrollo rápido y por lo tanto débil e imperfecto. Pálido como aquellos brotes que salían de aquellas judías que de niño plantaba en los tiestos de su madre. Pálidos como los inexistentes brotes verdes de los que hace no mucho un señor hablaba en la tele. Ahora son otros señores con caras más serías, algunos incluso amenazantes, los que hablan de brotes implicitamente. Igual lo que no están vendiendo es el jardín entero, rosales con espinas incluidos.
Tomás piensa en estas cosas, mientras se dirige a la panadería del pueblo. Un lugar tranquilo y ventoso, entre la sierra y la gran ciudad podría decirse. Aunque más preciso sería caracterizarle, por el río que le da apellido. Algún día tengo que ilustrarme, se dice Tomás, de como en muchos lugares, parece que le hemos dado la espalda a los ríos, parece que solo interesa el nivel de los embalses.
Ya en la tahona, con aromas que hacen salivar y pasteles tras cristales impolutos que también hacen salivar, una señora se le cuela, es lo que tiene la salivación que uno no está muy atento. Además que más da, la prisa mata. Pero tras él, otro chico le recrimina su fea actitud a la maruja (dicho sea desde el respeto) "Pero si vengo a recoger un paquete que ya está preparado". "Pero el chico estaba delante, es una falta de respeto" El chico, osea Tomas, ve salir a toda leche a la maruja, tendría la olla en el fuego y flipando "si da igual, no tengo prisa". "A mi también me da igual, pero es el detalle" El chico ofendido, sigue en sus trece, tiene pinta de tener treinta y pocos, algún niño pequeño, viste muy formalmente, vamos en plan yerno perfecto. Y por lo que se ve tiene dotes organizativas. "Respeto", "Detalle". Este tipo de conceptos o como se quieran llamar se podrían aplicar a los mismos sujetos en otros contextos. Vamos que me imagino a nuestro chico perfecto, a Tomás no, al otro - que como el frutero de Siete Vidas - no tendrá nombre, será el Chico Perfecto, conduciendo su coche de mileurista con mas letras que el abecedario, pongamos un Megane con muchos caballos en la carretera de doble sentido que comunica la localidad con el resto del mundo. Delante La Maruja que se cuela en las panaderías (va a ser que tampoco va a tener nombre) a ochenta por hora. Una velocidad adecuada según la lógica y las normas de circulación, pero que en la práctica enerva a casi todos los que van detrás y casi es más seguro ir más rápido para evitar tantos adelantamientos, algunos muy peligrosos. Nuestro Chico Perfecto se empieza a poner de los nervios, encima hay ligeros cambios de rasantes y alguna curva por lo que las lineas casi siempre son continuas. Empieza dando las luces, pegándose al culo de la mujer, cosas absurdas en estas carreteras pues ya se sabe que así no se consigue nada o lo que ocurre empeora las cosas. La Maruja empieza a mosquearse, quien será este subnormal, esto no es de recibo si quiere correr que se vaya al Jarama ( al circuito, no al río, chiste malo). Esto es una falta de respeto.
Las faltas de respeto, donde están los límites, unos tienen la piel muy fina otros no tanto, la ley del embudo...
Me había propuesto, tras la noIntroducción anterior, seguir de alguna manera con un nudo y después su desenlace, como dicen que se estructuran los cuentos. Como la noIntroducción, no introduce nada o casi nada, puede quedar de prólogo y esto de introducción. Así que voy un paso por detrás de lo que pensaba, pero que más da, no me van a dar el Premio Planeta así que para que correr, que ya veis lo que pasa.
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