domingo, 24 de febrero de 2013

Aquellas noches

Al fin llegó la tarde del viernes, la vida estaba fuera de aquel instituto, que parecía encerrado en si mismo. Estaba fuera y estaba muy viva. Solo había que esperar a que cayese la noche o cayese el sol según se mire.
El ritual era recurrente, comenzaba en el suburbano. Por los intestinos de la ciudad Tomás podía observar un catálogo de seres variopintos, la mayoría se desplazaban con el mismo propósito pero con distinta estética, distinta actitud. Le encantaba este momento, a cada grupito o a los que como él iban solos les asignaba una zona de marcha. Estas niñas tan bien vestiditas y tan tontitas a Bilbao, estas otras también muy arregladitas pero con un toque alternativo a Alonso Martínez. El punky del fondo del vagón a la plaza del 2 de Mayo. Seguramente se acabaría cruzando con él, en algún momento.

En Alonso Martínez emergía a la superficie y se dejaba caer hasta Malasaña, andando tranquilamente hasta la plaza del Madroño - nunca supo si era su nombre real, con lo fácil que hubiera sido  comprobarlo -  pero había otras cosas más importantes como la música que surgía de las guitarras de Alfredo y Joaquín, sus compadres de correrías nocturnas. Conseguían hacer un corro a su alrededor, donde las risas femeninas abundaban, la cerveza y el humo pasaban de mano en mano.
Joaquín había sufrido un flechazo en lo musical, le había dado por los Extremoduro, sin tregua. Tenía ya muchas tablas con la guitarra, era mayor que sus colegas, y podría tocar mil historias. Eran los tiempos del Agila, cuando empezaron a tener éxito a nivel comercial.

Siempre había movimiento en la plaza, los que iban a los chinos a por liquido, los que venían de algún garito, alguna vez se asomaban los municipales... Pero invariablemente ese día sonaban en acústico las canciones de Extremoduro.

En algún momento de la noche Tomás acabo sentado al lado de una italiana de aspecto delicado, pelo negro corto, cara de luna inmaculada. Empezaron a hablar dios sabe de que. Las palabras  con ese acento suyo y el deje madrileño de él fueron acercando sus rostros hasta que sus labios se encontraron. Un momento mágico. El momento que con el tiempo, unos breves minutos, se convirtió en destello. La bella ragazza enfiló calle arriba con un grupo de compatriotas. Justo en ese momento, cantaba Joaquín:


"... yo ya empiezo a notar desbordarse:
los pantanos de toda Extremadura."


La siguió con la mirada hasta que desapareció. Pero la noche lo bueno que tiene es que no se acaba hasta que sale el sol. Nuestros ya queridos chicos, cansados del sedentarismo placentero (de plaza, me acabo de inventar el significado) deciden moverse, con muy poco dinero en los bolsillos, pero eso no era un problema mayor, con no acercarse mucho por la barra. La psicodelia del Chill Out, El Grial... El Sitio, ya en Chueca, era un lugar genial a altas horas de la madrugada. Con la gran ventaja de que ya estaban muy cerca de Cibeles y era fácil vislumbrar caras conocidas que habían hecho recorridos parecidos.

En Cibeles finalizaban estas noches, esperando al nocturno correspondiente. Los de nuestros tres protagonistas no coincidían, así que como este humilde narrador no es omnisciente, se queda con Tomás. Aquí volvía a desarrollarse un ritual, como al principio. Si ya estaba el bus había que esperar a que llegasen los que faltaban porque salían todos de golpe. Pero primero había que subir al bus como es obvio. Parece un detalle menor pero  Tomas solía olvidar guardar unas monedas para pagar el billete y en verano no tenía abono. El conductor un hombre con barba, rechoncho y de aspecto agresivo inspeccionaba a todos los que en cola subían las escaleras, no sea que alguien osase colarse. No sabia muy bien como, pero nunca se quedó en tierra. Tampoco sabía cual era la señal, pero Tomás, ya un tanto perjudicado, flipaba con el instante en el que los buhos arrancaban y se dispersaban para conquistar todos los rincones de la periferia. En veinte minutos estaba en casa, era lo bueno que tenia "El Barbas" que iba a toda caña y se saltaba algún semáforo que otro.

Y así acababa este sueño nocturno, entrando silencioso en casa, buscando la cama.
  

lunes, 18 de febrero de 2013

Soufflé

Algo era. Pero con la modorra vespertina de la siesta, ésta expresión es de una canción de El Combo Linga de hace mil. Como soy un tío modesto no me quiero apropiar de su autoría, ahora que parece que al fin las letras resurgen, donde estarían las cabronas. Debajo del teclado miré, en cuadernos nada y en las esquinas solo telarañas y alguna espina.
Ahora suenan las guitarras callejeras de los Amador, aquí siempre con los hits del momento, con lo último de lo último. Tendrán razón los que dicen que eso de que los tiempos pasados no tuvieron porque ser mejores, pero en lo musical, no hay color. Del usar y tirar. Parece que importa más el dispositivo que utilices, el Nosecuantos Androide Galaxy que lo que escuches. Importa más el continente que el contenido, de alguna manera, parece que es eso.
En esta entrada anárquica se ha colado un señor gaditano, que dice que esta buscando yerba entre otras cosas.

Tras este curioso soufflé ahora me queda lo más difícil, elegir una de las tres canciones para buscarla en youtube y plantarla aquí, la mecánica habitual, así que dejo de escribir ya, que si no serán cuatro, cinco...




¿Qué era? Ah, las letras.

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